Al despertar del conocerte me dijiste que no dormías sola.
-Nada es perfecto- te expliqué- duermo poco y casi siempre vestido sobre un sofá.
La conversación nos envolvía como el papel albal cuidaba el desayuno de nuestros recreos de niñez…,
-Almuerzo frente a lo previsible- confesaste,
-Realmente sólo puedo invitarte a cenar algo de desconcierto terapéutico-comenté.
Acudió el tiempo de los brindis sin sol,
De las risas sin crueldad,
De la carencia de reloj sobre las muñecas,
De la curiosidad mutua de los ojos que se anudan,
-Quizá es hora de marcharme- anunciaste.
-Claro, y yo, cual sombra invisible, lo haré contigo.- apuntillé.
Abandonamos la ebriedad de aquel viejo bar por la puerta de incendios, el fuego que nos dedicábamos no era para menos, suponíamos que existía reunión de los pastores de la indiscreción y la censura en Plaza Monogamia, frente a la puerta principal.
-Soy lobo solitario y aúllo cada noche en el rascacielos que cosquillea las estrellas- expuse.
-Esta madrugada soy oveja negra y descarriada del redil de la decencia, si me devoras, sé que resucitaré mañana- sentenciaste.
-Pues yo Caperucita, no seré la abuela que te regañe, ni juez de tus pecados en estas horas en que, con la barra de carmín de tus labios, tachas un nombre en tu partida de matrimonio, sabes…me encantaría ser parte de tus deslices y olvidos destinados al silencio.
Al abrigo de la complicidad de las nubes que ciegan la luna que delata, no dudé en robar el coche asegurado a todo riesgo en la Compañía Amor Clandestino, para ello, le hice el puente que también me unía un poco más a ti, consiguiendo arrancar el motor de tus asombros y acelerando sobre el pavimento que alfombraba nuestra huída de aquel barrio llamado Conciencia Responsable, por tu parte, no quisiste obviar ningún guiño al anonimato, terminando por cambiar, la matrícula de números y letras ininteligibles, por el tatuaje en los bajos de nuestros raudos instintos con la palabra Presente.
Tomamos el rumbo de las calles sin ventanas, rompimos las farolas que nos espiaban, burlamos los controles de velocidad que la policía levanta contra la pasión urgente y nos saltamos los semáforos en rojo del detente y piensa lo que haces.
Bajé las ventanillas,
Me fascina ver tu pelo desordenarse por el viento que te empuja a mí- exclamé.
Estás loco, pero me muero por besarte- murmuraste.
Fue el momento del frenazo y del derrape, ese que me hizo volcar hacia tu boca buscando los besos que arriban sin preguntas, encontrando en la respuesta de tus labios la solución al enigma de los que se atraen al primer contacto, era la simple ecuación de Y + X = Infinito goce sin esperas.
Cuando recuperé el sentido, nos hallábamos en una habitación de Hotel Infiel, situado en Calle Amor a Quemarropa esquina Avenida Sin Compromisos.
En el ambiente de la habitación flotaban, ceñidos a nosotros, los compases de un viejo tango, bailaban los ángeles del suspiro, en derredor a las llamas no infernales que salpicaban la alcoba, se trataba de ciertas velas, esas que impregnaban con aroma cuasi celestial los contornos del monumento a la lascivia: la cama está desnuda sin ti- afirmé,
Me agradaría vestirla contigo, no ansío otra sábana para esta noche que no sea tu piel eléctrica- susurraste,
Tras esa frase, las yemas de nuestros dedos encendieron la luz en la celda llamada Libido, aquélla que alumbra y conduce a los amantes presos de impaciencia, en nuestro exclusivo bis a bis, medimos, con cada palmo de caricia, toda la vasta longitud de nuestros cuerpos, abandonados a la asimetría de los abrazos que no cesan en estrecharse, nos fusionamos como la sombra y la pared, como el espejo y el reflejo, indisolubles, así ascendí sin víveres a las cumbres de tus senos para saciar mi hambre, y descendí al valle de tu vientre para calmar mi sed, donde, cual terrorista del grupo armado Desenfreno Lujurioso, enterré mi arma húmeda, a la vez que lamía los contornos del zulo en donde siempre se resguarda la vida, ineludiblemente acudió, anunciado por pequeños seísmos convulsos, el Tsunami de tu orgasmo, cuyo violento flujo de olas espumosas inundó mis labios otrora desiertos de vicio.
-Para, para, para, gritaste- mientras algo te hacía reír de forma nerviosa, alejaste con tus manos mi cabeza de tu entrepierna, a la par que tus dedos se enlazaban en mi cabello, no sin antes regalarle un beso, de momentánea despedida, a la sana cicatriz de tu sexo.
Tras esas palabras, continuaste hablándole a mi cuello de tu lengua, recorriendo despaciosamente mi pecho y mi abdomen, serpenteando hasta llegar a la copa del árbol de mis placeres, mientras tu mano cimbreaba su tronco, buscando la manzana que gusta ser mordida por el paraíso de tu boca pecaminosa, se me antojó verte como aquella colegiala que recién estrena el sacapuntas de lo prohibido, a la cual le presté el lápiz para escribir su primera carta más obscena.
Tras levantar tu melena dijiste:
-Es extraño, es como si vivieses en mi memoria desde siempre.
-Creo que en otras vidas, fui el pirata al que todas las sirenas le robaban los besos, que nunca encontré isla donde descansar, ni tesoro más preciado que otro puerto en donde amar, que hubo un día que te conocí en Rutina, un pequeño y tranquilo pueblecito del país del Tedio, allá donde todos, hasta los que se consideran más libres, amarran alguna vez su embarcación, que me enamoré de ti, la esposa del posadero de Pensión Desengaño Callado, que te encandilaste sólo de mis versos y una noche quisiste ser musa, pero tras esa madrugada de eclipse, zarpé, te dejé el amuleto de la caracola que encierra la música de playas idílicas y arena de poemas por llegar, lo hice para aquellos momentos, en que, por el frío mutismo de tu amante, llorases sola.
Que yo me fui contigo, sólo lo supe yo, cada luna, con la ilusa esperanza que me leyeras, lanzaba al mar un mensaje confinado en la botella del ron de mi recuerdo, pero sabía que los dioses del océano, hambrientos siempre de naufragios, harían extraviar mis escritos a no sé que rincones ciegos y desconocidos.
-No me hables con tristeza ni nostalgia, bucanero, en lo más alto del mástil inhiesto de tu virilidad, colgaré la bandera rajada de mis húmeros instintos, y nos adentraremos en las aguas del Carpe Diem, acudirá la tormenta del sudor que cae sin sufrimiento, los truenos del gemido-grito que anuncia nuestro clímax, y llegará, prendido a la luz del relámpago, el goce fundido más excelso, antes que el rayo del descanso, nos parta en dos en este lecho sin futuro.
No me acuerdo de las veces que nos tuvimos aquella madrugada, y sé que al final te enervó el sueño, yo no pude dormir, rememoraban mis pensamientos las canciones invisibles que nos habíamos dedicado, y es que aunque no lo hubiera parecido en el trajín previo, todo fue rítmico, se hallaba irremediablemente ligado a lo eterno, porque querida amante, lo eterno no obedece al dictamen de las horas, lo imperecedero de nosotros, ese compartir perenne que nos ofrecimos, superaba almanaques y agendas… Siempre quedará en el alma, atemporal, era tu silueta quieta, pero llenando la estancia, tu desnudez pura abrazando el aire que danzaba, el rubor de las cortinas, tus manos arañando las paredes de mis recelos, clavando en su cal el surco que se pronuncia con un te necesito y las sábanas envolviendo tu descanso.
-Querido amante, tengo que marchar al barrio de la prosa, me esperan los relojes y los dedos con alianza.-anunciaste.
En el baño te vi maquillarte, observando con ternura el como perfumabas y engalanabas tu belleza innata, para otros sería una despedida, pero no existe tal significado cuando se siente tan hondo.
-Te espero en Barriopoética, te llamaré en cuanto pueda, ya sabes…- comentaste.
-Aguarda donde quieras y muchas gracias por todo, princesa.
La puerta se cerró. Se abrieron los ojos del sol y de la prisa congelándose la habitación súbitamente.
Arrojé el teléfono móvil por la ventana de mi destierro matinal.
Ahora sé que hay principios que siempre debieron ser finales, no me preguntéis por qué, pero cuando siquiera una vez has sufrido el reverso del placer de estas noches prestadas, si acaso te has imaginado lo que duele el saber que sus ascuas están encendiendo otra hoguera, no me pedirás explicaciones de por qué reniego de su estufa para mis inviernos.
Salí de aquel hotel y me sumergí en la marabunta de la ciudad despabilada. Eran las diez de la mañana. Le pedí un cigarro a un sin techo.
-Hace tres años que no fumo, amigo- exclamé.
-Bueno, tienes más suerte que yo, llevo tres días sin poder dormir en una cama y de comer, ni hablemos.
-De todas formas en esta noche, Dios proveerá, pero ahora te vas a tomar un cafecito caliente con algo de “papeo”, nos vamos a refugiar en un bar donde las camareras me cobran con una de mis mejores sonrisas.
-Qué suerte tienes, yo ni con eso puedo pagar… me faltan casi todos los dientes- entonces empezamos a reír a carcajadas, molestando la procesión hipócrita que desfilaba hacia dentro de la Iglesia, bajo cuyo pórtico, trabajaba mi reciente amigo.
Nos fuimos caminando despacio, tranquilos y sin ganas de trabajar, aquel desconocido me contó sus historias, pasajes de una vida que sólo un trotamundos puede confesar y que sería un insulto encarcelar en este escrito.
-Nada es perfecto- te expliqué- duermo poco y casi siempre vestido sobre un sofá.
La conversación nos envolvía como el papel albal cuidaba el desayuno de nuestros recreos de niñez…,
-Almuerzo frente a lo previsible- confesaste,
-Realmente sólo puedo invitarte a cenar algo de desconcierto terapéutico-comenté.
Acudió el tiempo de los brindis sin sol,
De las risas sin crueldad,
De la carencia de reloj sobre las muñecas,
De la curiosidad mutua de los ojos que se anudan,
-Quizá es hora de marcharme- anunciaste.
-Claro, y yo, cual sombra invisible, lo haré contigo.- apuntillé.
Abandonamos la ebriedad de aquel viejo bar por la puerta de incendios, el fuego que nos dedicábamos no era para menos, suponíamos que existía reunión de los pastores de la indiscreción y la censura en Plaza Monogamia, frente a la puerta principal.
-Soy lobo solitario y aúllo cada noche en el rascacielos que cosquillea las estrellas- expuse.
-Esta madrugada soy oveja negra y descarriada del redil de la decencia, si me devoras, sé que resucitaré mañana- sentenciaste.
-Pues yo Caperucita, no seré la abuela que te regañe, ni juez de tus pecados en estas horas en que, con la barra de carmín de tus labios, tachas un nombre en tu partida de matrimonio, sabes…me encantaría ser parte de tus deslices y olvidos destinados al silencio.
Al abrigo de la complicidad de las nubes que ciegan la luna que delata, no dudé en robar el coche asegurado a todo riesgo en la Compañía Amor Clandestino, para ello, le hice el puente que también me unía un poco más a ti, consiguiendo arrancar el motor de tus asombros y acelerando sobre el pavimento que alfombraba nuestra huída de aquel barrio llamado Conciencia Responsable, por tu parte, no quisiste obviar ningún guiño al anonimato, terminando por cambiar, la matrícula de números y letras ininteligibles, por el tatuaje en los bajos de nuestros raudos instintos con la palabra Presente.
Tomamos el rumbo de las calles sin ventanas, rompimos las farolas que nos espiaban, burlamos los controles de velocidad que la policía levanta contra la pasión urgente y nos saltamos los semáforos en rojo del detente y piensa lo que haces.
Bajé las ventanillas,
Me fascina ver tu pelo desordenarse por el viento que te empuja a mí- exclamé.
Estás loco, pero me muero por besarte- murmuraste.
Fue el momento del frenazo y del derrape, ese que me hizo volcar hacia tu boca buscando los besos que arriban sin preguntas, encontrando en la respuesta de tus labios la solución al enigma de los que se atraen al primer contacto, era la simple ecuación de Y + X = Infinito goce sin esperas.
Cuando recuperé el sentido, nos hallábamos en una habitación de Hotel Infiel, situado en Calle Amor a Quemarropa esquina Avenida Sin Compromisos.
En el ambiente de la habitación flotaban, ceñidos a nosotros, los compases de un viejo tango, bailaban los ángeles del suspiro, en derredor a las llamas no infernales que salpicaban la alcoba, se trataba de ciertas velas, esas que impregnaban con aroma cuasi celestial los contornos del monumento a la lascivia: la cama está desnuda sin ti- afirmé,
Me agradaría vestirla contigo, no ansío otra sábana para esta noche que no sea tu piel eléctrica- susurraste,
Tras esa frase, las yemas de nuestros dedos encendieron la luz en la celda llamada Libido, aquélla que alumbra y conduce a los amantes presos de impaciencia, en nuestro exclusivo bis a bis, medimos, con cada palmo de caricia, toda la vasta longitud de nuestros cuerpos, abandonados a la asimetría de los abrazos que no cesan en estrecharse, nos fusionamos como la sombra y la pared, como el espejo y el reflejo, indisolubles, así ascendí sin víveres a las cumbres de tus senos para saciar mi hambre, y descendí al valle de tu vientre para calmar mi sed, donde, cual terrorista del grupo armado Desenfreno Lujurioso, enterré mi arma húmeda, a la vez que lamía los contornos del zulo en donde siempre se resguarda la vida, ineludiblemente acudió, anunciado por pequeños seísmos convulsos, el Tsunami de tu orgasmo, cuyo violento flujo de olas espumosas inundó mis labios otrora desiertos de vicio.
-Para, para, para, gritaste- mientras algo te hacía reír de forma nerviosa, alejaste con tus manos mi cabeza de tu entrepierna, a la par que tus dedos se enlazaban en mi cabello, no sin antes regalarle un beso, de momentánea despedida, a la sana cicatriz de tu sexo.
Tras esas palabras, continuaste hablándole a mi cuello de tu lengua, recorriendo despaciosamente mi pecho y mi abdomen, serpenteando hasta llegar a la copa del árbol de mis placeres, mientras tu mano cimbreaba su tronco, buscando la manzana que gusta ser mordida por el paraíso de tu boca pecaminosa, se me antojó verte como aquella colegiala que recién estrena el sacapuntas de lo prohibido, a la cual le presté el lápiz para escribir su primera carta más obscena.
Tras levantar tu melena dijiste:
-Es extraño, es como si vivieses en mi memoria desde siempre.
-Creo que en otras vidas, fui el pirata al que todas las sirenas le robaban los besos, que nunca encontré isla donde descansar, ni tesoro más preciado que otro puerto en donde amar, que hubo un día que te conocí en Rutina, un pequeño y tranquilo pueblecito del país del Tedio, allá donde todos, hasta los que se consideran más libres, amarran alguna vez su embarcación, que me enamoré de ti, la esposa del posadero de Pensión Desengaño Callado, que te encandilaste sólo de mis versos y una noche quisiste ser musa, pero tras esa madrugada de eclipse, zarpé, te dejé el amuleto de la caracola que encierra la música de playas idílicas y arena de poemas por llegar, lo hice para aquellos momentos, en que, por el frío mutismo de tu amante, llorases sola.
Que yo me fui contigo, sólo lo supe yo, cada luna, con la ilusa esperanza que me leyeras, lanzaba al mar un mensaje confinado en la botella del ron de mi recuerdo, pero sabía que los dioses del océano, hambrientos siempre de naufragios, harían extraviar mis escritos a no sé que rincones ciegos y desconocidos.
-No me hables con tristeza ni nostalgia, bucanero, en lo más alto del mástil inhiesto de tu virilidad, colgaré la bandera rajada de mis húmeros instintos, y nos adentraremos en las aguas del Carpe Diem, acudirá la tormenta del sudor que cae sin sufrimiento, los truenos del gemido-grito que anuncia nuestro clímax, y llegará, prendido a la luz del relámpago, el goce fundido más excelso, antes que el rayo del descanso, nos parta en dos en este lecho sin futuro.
No me acuerdo de las veces que nos tuvimos aquella madrugada, y sé que al final te enervó el sueño, yo no pude dormir, rememoraban mis pensamientos las canciones invisibles que nos habíamos dedicado, y es que aunque no lo hubiera parecido en el trajín previo, todo fue rítmico, se hallaba irremediablemente ligado a lo eterno, porque querida amante, lo eterno no obedece al dictamen de las horas, lo imperecedero de nosotros, ese compartir perenne que nos ofrecimos, superaba almanaques y agendas… Siempre quedará en el alma, atemporal, era tu silueta quieta, pero llenando la estancia, tu desnudez pura abrazando el aire que danzaba, el rubor de las cortinas, tus manos arañando las paredes de mis recelos, clavando en su cal el surco que se pronuncia con un te necesito y las sábanas envolviendo tu descanso.
-Querido amante, tengo que marchar al barrio de la prosa, me esperan los relojes y los dedos con alianza.-anunciaste.
En el baño te vi maquillarte, observando con ternura el como perfumabas y engalanabas tu belleza innata, para otros sería una despedida, pero no existe tal significado cuando se siente tan hondo.
-Te espero en Barriopoética, te llamaré en cuanto pueda, ya sabes…- comentaste.
-Aguarda donde quieras y muchas gracias por todo, princesa.
La puerta se cerró. Se abrieron los ojos del sol y de la prisa congelándose la habitación súbitamente.
Arrojé el teléfono móvil por la ventana de mi destierro matinal.
Ahora sé que hay principios que siempre debieron ser finales, no me preguntéis por qué, pero cuando siquiera una vez has sufrido el reverso del placer de estas noches prestadas, si acaso te has imaginado lo que duele el saber que sus ascuas están encendiendo otra hoguera, no me pedirás explicaciones de por qué reniego de su estufa para mis inviernos.
Salí de aquel hotel y me sumergí en la marabunta de la ciudad despabilada. Eran las diez de la mañana. Le pedí un cigarro a un sin techo.
-Hace tres años que no fumo, amigo- exclamé.
-Bueno, tienes más suerte que yo, llevo tres días sin poder dormir en una cama y de comer, ni hablemos.
-De todas formas en esta noche, Dios proveerá, pero ahora te vas a tomar un cafecito caliente con algo de “papeo”, nos vamos a refugiar en un bar donde las camareras me cobran con una de mis mejores sonrisas.
-Qué suerte tienes, yo ni con eso puedo pagar… me faltan casi todos los dientes- entonces empezamos a reír a carcajadas, molestando la procesión hipócrita que desfilaba hacia dentro de la Iglesia, bajo cuyo pórtico, trabajaba mi reciente amigo.
Nos fuimos caminando despacio, tranquilos y sin ganas de trabajar, aquel desconocido me contó sus historias, pasajes de una vida que sólo un trotamundos puede confesar y que sería un insulto encarcelar en este escrito.
SONGOKU
me gusta como lector, pero confieso que me inquieta como casado...
ResponderEliminarmarcial
No te inquietes Marcial, eso sabes que sólo pasa en las películas y en una mente calenturienta de poeta tullido y de barrio como yo, jajaja
ResponderEliminarSONGOKU