
Aquel día tan oscuro, después de la tormenta,
docenas de operarios se afanaban reparando
el cableado. Docenas, sí, docenas. Todos
con sus monos, herramientas y escaleras,
para que tú pudieras llamarme por teléfono.
No llamaste, y terminé arrojando a la basura
mi paraguas. Tan viejo, tan roto después
de la tormenta que docenas de operarios
no podrían repararlo. Docenas, sí, ni siquiera
docenas. Ni todos con sus monos, herramientas
y escaleras.
Margobal
Amigo Margobal, a todos nos ha dejado de llamar alguna vez, esos días que dormíamos con el teléfono mudo en las orejas, este poema me recuerda a la canción de mil horas de Calamaro, escúchala si puedes por youtube
ResponderEliminarMuy bueno margobal, cuantas veces se queda uno esperando esa llamada que nunca llega y que podía haberlo cambiado todo. Como dice el amigo songoku, Calamaro es un maestro en cantar esa desazón.
ResponderEliminar